Fredy Molina marcó su territorio con cimientos de poesías cantadas

-Hace 52 años murió el compositor que tuvo los versos precisos y quien desde su tierra Patillal elevó la cometa de su corazón-

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

La poesía flotó en la memoria de Fredy de Jesús Molina Daza, aquel compositor nacido en el corregimiento de Patillal, municipio de Valledupar, llegando a escribir y luego ponerle melodía a aquel verso que llamó la atención de inmediato. “Soy hombre confundido pensando en cosas que de ser no dejarán. Excusen si necio he sido con este reflexionar. Si luego pienso, yo existo, dijo Descartes al pensar”.

Muchos no podían creer que ese verso fuera de su autoría, pero él más adelante le añadió otros para corroborar que era capaz de unir letras y separar las palabras justas en el tiempo del corazón o viendo una cometa dándose alegres paseos por el firmamento de su amado Patillal, tierra donde nació en el hogar de José Amiro Molina Gutiérrez y Eloísa Daza Hinojosa, el sábado cuatro de agosto de 1945.

Sus cantos fueron dignos de aplaudir teniendo en su interior la esencia del amor, las costumbres, las vivencias y pedazos de melancolías, donde se plasmó la primera novia en olvido, el trago a escondidas sintiendo la felicidad al regalar un beso y hasta hacerle preguntas a la luna Patillalera.

Fredy Molina en el éxtasis de su composición reflexionó.  “Cuando me miras qué es lo que sientes, dímelo pronto, pronto mi vida. Estoy que me muero por saber, qué es lo que sientes cuando me miras”. Después con la sinceridad que no podía ocultar, cantó. “Freddy Molina te quiere, eres mi duda esperanza. Cuando el Guatapurí se crece al sentir mi pasión se calma. Si no me miras el propio cielo, siente mi pena y se entristece”.

Sería extenso citar la maravillosa obra de este compositor quien mantuvo encendida la llama del alma, porque estando lleno de nostalgia en cierto punto del sentimiento la mezclaba con alegrías. Es así como expresó lo siguiente en el bello canto llamado ‘Dos rosas’. “Existen dos corazones que son dos rosas de fragancia y de pureza natural. El amor tiene un sentido a toda hora y el sentimiento nace espiritual. Canto sobre la verdad, hablo de dos corazones que se aman en realidad y gozan de sus amores”.

El indio desventurado

En el año 1970 Fredy Molina ganó el concurso de la canción vallenata inédita del Festival de la Leyenda Vallenata con el paseo ‘El indio desventurado’, donde contó sobre el romance de una pareja indígena, quien no tuvo un final feliz, sino que la soledad y la muerte llegaron en el momento inesperado. Un hecho digno de una obra literaria, caso Romeo y Julieta.

Abrazados en sueño eterno como haciéndose el amor, la soledad y el silencio se contemplan con el dolor. Y cuentan de esa leyenda que el indio desventurado tan noble sería su pena que fue y murió a su lado”.

La calificación como la mejor canción de ese año le correspondió al jurado conformado por Rafael Escalona Martínez, Arturo Molina Gutiérrez, Armando Maestre Pavajeau, Miriam Pupo de Lacouture y Rafael Guzmán, siendo grabada tiempo después por Alfredo Gutiérrez.

El paso por la vida de Fredy Molina fue corto y solamente estuvo 27 años porque se la apagaron a la fuerza. Esa noche del domingo 15 de octubre de 1972, la tristeza y el llanto sacudieron a Patillal. Entonces, aparecieron los cantos dedicados al hombre que supo ganarse un espacio en la música vallenata al saber marcar su territorio con cimientos de poesías cantadas.

De esta manera el compositor Gustavo Gutiérrez Cabello, le cantó ‘El silencio de Fredy Molina’, donde abrió su corazón, y dijo. “Voces de muerte se oyeron en todita la región, el llanto brilló en los ojos, tristeza en el corazón. Y mientras vibra confusa las notas de un acordeón, Fredy Molina se muere sin sentir ningún dolor. Y allí en su pueblito natal duermen sus sueños de infancia anhelos que nunca podrá realizar. De su pueblito en la sabana que se llama Patillal, Fredy Molina allí descansa nunca más se oirá cantar”.

Al respecto ‘El Flaco de Oro’, quien recientemente cumplió 84 años, indicó. “El recuerdo de Fredy Molina es imborrable en mi memoria. Le hice la canción por su grandeza, siendo grabada por Alfredo Gutiérrez. Era una persona sencilla, amable, cariñosa y afectuosa con sus amigos. Tenía una gran sensibilidad para un componer. Además, su juventud y la mía estuvieron muy ligadas por una hermandad profunda. La poesía de Fredy Molina es  única y sus canciones inmortales”.

También con la tristeza a cuestas el compositor Armando Zabaleta, hizo la canción ‘No voy a Patillal’, una elegía para su colega y amigo, ganando en el Festival de la Leyenda Vallenata del año 1973. “No voy a Patillal porque me mata la tristeza, al ver que en ese pueblo fue donde murió un amigo mío. Era compositor como lo es Zabaleta, y era lo más querido de ese caserío. Si algún día llego a ir sé que me regreso enseguida, porque me da tristeza apenas yo empiezo a recordarlo”.

Recuerdos vivos

En Patillal se sigue recordando, y más por Margarita Ochoa Maestre, con quien Fredy Molina tuvo dos hijos, Edgardo José y José Juan, quienes son compositores y han sacado adelante su legado para que nunca muera. Precisamente, hace dos años la versión 33 del Festival Tierra de Compositores de Patillal fue en su honor.

Ahora, 52 años después de su partida sigue viva la memoria del bardo de ‘La Malena’, quien con un verso dejo constancia de todo su sentimiento. “Yo quiero que tú me quieras como nunca me has querido. Y si no quieres que muera, vuélveme a querer lo mismo”. Definitivamente, Fredy Molina no pudo ser firme en el amor ante la debilidad del corazón.

 

Rodolfo Miguel, el rey vallenato de Consuelo Araujonoguera

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

El 29 de septiembre no es un día cualquiera para Rodolfo Miguel Molina Meza, rey juvenil del Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2007. Es el día de su cumpleaños, pero también coincide con la fecha del fallecimiento de su abuela Consuelo Araujonoguera, hecho sucedido en el año 2001. Para él es un día alegre y triste a la vez, pero más melancólico para el acordeonero que le cumplió a ella el deseo de ser rey de algo.

Precisamente, su abuela Consuelo en una entrevista había señalado. “Quisiera que uno de mis nietos se corone rey vallenato de algo, como acordeonero, cajero o guacharaquero, ya que mis hijos no me dieron la dicha de serlo. Ese día mis huesos estarán felices donde quiera que se encuentren”. El dos de mayo de 2007 Rodolfo Miguel logró esa hazaña y por eso fue al Cementerio Central de Valledupar a ofrecerle el título.

Allí le tocó y le cantó la canción de la autoría de ‘La Cacica’, ‘Mañana me voy pal’ Valle’. Durante varios minutos acordeón y voz se compaginaron para dar testimonio de que en el vallenato a las penas se le cantan y las tristezas suenan en el pentagrama del sentimiento.

En esa canción ella dejó constancia de su amor por la tierra que la vio nacer el jueves primero de agosto de 1940, y donde quiso morir. “Mi Valle lindo donde mis hijos me van a enterrar”.

La Consuelo de siempre

Consuelo Araujonoguera fue una auténtica defensora de la pureza raizal del vallenato, dejando la constancia escrita. “El vallenato de verdad no se hace, no se fabrica, no se diseña. Simplemente nace. Nace después de que lo engendra el sentimiento y lo pare la inspiración. Los otros son vallenatos de probeta, de laboratorio. Las buenas canciones se quedan en la memoria, su melodía se tararea en las calles y se saborea como las frutas maduras. En el verdadero vallenato la poesía fluye serena, con palabras sonoras que no rompen la melodía. Una buena canción nos hace sentir el mismo estremecimiento que aprieta las tripas y eriza los pelos”.

El epitafio

 Cinco años antes de su muerte Consuelo escribió su propio epitafio. Todo pasó la mañana del viernes cinco de abril de 1996, cuando de su puño y letra escribió en un papelito la célebre frase en medio de una entrevista. El papelito que le entregó a quien escribe, decía. “Aquí yace Consuelo Araujonoguera, de pie, como vivió su vida”.

En la lápida de la bóveda número 52 del Cementerio Central de Valledupar se esculpió esa frase que tarde o temprano, como son los designios de la vida, tenía que suceder. O como la misma Consuelo Araujonoguera lo escribiera en su columna ‘Carta Vallenata’ de El Espectador.

“Pienso, por ejemplo, que yo también, un día cualquiera sólo lo sabe el Todopoderoso que es el dador de la vida y él único que sabe cuándo decide quitarla, me voy a morir tal como se muere y se va a seguir muriendo todo el que existe y tiene vida en el mundo;  pienso que nadie, ni yo ni ningún otro, se va a quedar para semilla, ni para reconstruir solo el mundo que estamos acabando los mismos hombres para los cuales Dios los creó. Y sí de escoger se trata, prefiero morir con la boca abierta a tener que vivir con los labios cerrados”.

De igual manera, Consuelo Araujonoguera, el sábado 20 de junio de 1992 leyó un escrito en la tarima ‘Francisco el Hombre’, de la Plaza Alfonso López, nueve días después del asesinato del cantante Rafael Orozco, luego de cumplirse por las calles de Valledupar la marcha del silencio convocada por la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata.

“Señor, haz a nuestra música un instrumento de paz que donde quiera que haya odio la inspiración de nuestros poetas siga llevando amor; que donde quiera que haya injuria la música de nuestros acordeones siga llevando perdón; que donde quiera que haya sombra la poesía de nuestros juglares lleve la luz; que donde quiera que haya dudas en torno a la existencia del hombre sobre la tierra, los cantos vallenatos hagan una reafirmación de fe; que donde quiera que haya tristeza, luto y lágrimas vuelvan los sonidos de nuestras guacharacas y tambores a llevar la alegría; que donde quiera que la desesperación ensombrezca el alma de los hombres, vuelvan las notas melodiosas de los poetas del vallenato a llevar la paz”.

Y finalizó diciendo. “Haznos Señor, permite Señor, ayúdanos Señor, a que nuestros músicos sigan consolando a los tristes. A que nuestra música siga llevando comprensión y perdón donde quiera haya dolor y tristeza para que el sacrificio de nuestros cantantes, compositores, juglares y de todos los colombianos no sea en vano, sino que germine en semilla óptima en frutos y racimos que sean la cosecha para las generaciones futuras de la paz de Cristo, y en el amor de todos los colombianos. Amén”.

La novia del Valle

Entre reconocimientos, versos y canciones exaltando su trabajo folclórico-cultural han pasado 23 años de su partida de la tierra. Tantas añoranzas juntas que serían largo enumerar y que están resumidas en la canción ‘La novia del valle’ del compositor Wiston Muegues Baquero.

“Los vallenatos quedamos en mora de hacerle un homenaje a la señora que fuera en vida ‘La novia del Valle’; lleva en el alma este folclor tan bello, lo recibió cuando era pequeño, le dio su vida hasta volverlo grande. Y ella con su estirpe vallenata luchó siempre por su raza contra el tiempo y su premura”.

El tiempo pasa, pero su recuerdo vive prendido en sus incontables obras y amor al folclor vallenato. Ella todos los días visita un lugar de nuestras memorias, siendo una página bonita de la historia, donde el olvido no existe porque sus huellas nunca se han borrado.

 

Hace 48 años Diomedes Díaz hizo su estreno musical con ‘Herencia Vallenata’

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

El viernes 24 de septiembre del año 1976, hace 48 años, comenzó la historia musical de Diomedes Díaz Maestre, ‘El Cacique de La Junta’, saludado así por el cantante Rafael Orozco. Ese día salió el disco ‘Herencia musical’ para el sello Codiscos que grabó al lado del acordeonero Náfer Santiago Durán Díaz, quien el 30 de abril de ese año se había coronado como Rey Vallenato.

En total aparecieron 10 canciones cuyos autores son Diomedes Díaz, Náfer Durán, Sergio Moya Molina, Hernando Marín, Sergio Carrillo, Jaime Daza Hinojosa, Bolívar Urrutia y Miromel Mendoza.

Como novedad a Náfer Durán le incluyeron las canciones: ‘Teresita’, ‘La invitación’ y ‘Pobre negro’, logrando que por primera y única vez sucediera ese hecho en una producción musical de Diomedes Díaz, y más siendo su acordeonero.

Náfer, ahora a sus 91 años y añorando ese acontecimiento, indicó. “Ese año me había coronado como Rey Vallenato y gracias a la recomendación del acordeonero Emilio Oviedo, logré grabar con Diomedes Díaz. Lo mejor fue que incluyeron tres de mis canciones y eso me alegró más”.

De inmediato al hombre noble, dicharachero y amiguero lo sacudió la nostalgia. “Me siento orgulloso de ser el acordeonero que sacó a la luz pública a Diomedes Díaz. Al abrirle ese camino él se fue proyectando hasta llegar a ser un superdotado de la música vallenata. Era un fuera de serie y sus canciones siguen sonando sin descanso. Siempre que nos encontrábamos recordábamos ese hecho y le decía que lo admiraba mucho. Era de mi corazón”.

Versos de agradecimiento

Cuando en distintos escenarios Diomedes Díaz se encontraba con Náfer Durán, los recuerdos eran gratos entre diálogos, abrazos y notas de acordeón. En una de esas ocasiones, exactamente en Barranquilla, Náfer tocó y Diomedes le regaló versos de agradecimiento.

Cuando veo a Naferito, me dan ganas de llorar, porque eso me hace acordar, cuando estaba muchachito”. “Yo me voy a referir, canto lo que puede ser, me llevó pa’ Medellín, pá que grabara con él”. “Yo no sé lo que me pasa, siendo yo tan buen muchacho. Es que le agradezco a Náfer, por eso lo quiero tanto”.

Precisamente Diomedes Díaz en la canción ‘Mi vida musical’, grabada en el año 1991 al lado de Juancho Rois, hizo un amplio recorrido en cinco minutos y 27 segundos de esa historia que lo catapultó a la gloria y le regaló esa linda fanaticada que nunca lo olvida.

Después me vine pa’l valle en un Festival y canté una parranda y se oyó decir, que ese muchacho que canta puede servir, por el estilo que tiene para cantar, y enseguida me llevaron pa’ Medellín, y grabe mi primer Long Play con Náfer Durán”.

El testimonio

El acordeonero Emilio Oviedo Corrales, había conocido a Diomedes Díaz como compositor e incluso le grabó con Rafael Orozco, la canción ‘Cariñito de mi vida’. Cuando lo escuchó cantar le notó mucho talento, percibiendo que era una joya digna de pulir.

La historia la contó el maestro Emilio Oviedo de la siguiente manera. “Ya le conocía su talento, humidad y carisma a Diomedes Díaz. De esa manera cuando me llamaron de la casa disquera Codiscos, para que le buscara un cantante a Náfer Durán, quien se acababa de coronar como Rey Vallenato, no dudé en recomendarlo. Así fue como Diomedes Díaz pudo grabar, darse a conocer y sobresalir de manera extraordinaria”.

En la mencionada producción musical apareció la canción ‘El chanchullito’ de la autoría de Diomedes Díaz, que se convirtió en éxito en su propia voz. En ese canto le llamó la atención a una mujer morena para que tuviera calma y no dañara el sentimiento que unía a dos corazones.  “Te mortifica mi ausencia, no sé por qué morenita. Me quieres tener cerquita en la luz de tu presencia. Debes de tener en cuenta que a los dos nos perjudica”.

…Y pensar que todas esas ilusiones se armaron en La Junta, La Guajira, rezándole a la Virgen del Carmen para que se cumplieran sus deseos entre placer y penas. ‘El Cacique de La Junta’ recordaba aquel inicio con el conjunto ‘Los JJ’, el cual integraban su tío Martín Maestre, en el acordeón; Ricaurte José ‘Kate’ Martínez, en la caja y José Eduardo ‘Piyayo’ Mendoza, en la guacharaca.

En el recorrido por la gesta musical de Diomedes Díaz, aparece aquel primer cajero ‘Kate’ Martínez, para aseverar. “Tiempos aquellos acá en La Junta donde nunca se pensó que el muchacho tímido, jocoso, pero con carisma, iba a llegar demasiado lejos como cantante. Que orgullo haberlo visto crecer en la música”.

Es así como en la trayectoria musical de Diomedes Díaz, desde 1976 a 2013, Diomedes Díaz grabó un total de 34 producciones musicales al lado de los acordeoneros Náfer Durán, Elberto ‘Él Debe’ López, Juancho Rois, Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, Gonzalo ‘El Cocha’ Molina, Iván Zuleta, Franco Arguelles, Juancho de la Espriella y Álvaro López. También recibió un Premio Grammy Latino Vallenato-Cumbia, Discos de Oro y Platino, y Congos de Oro en el Carnaval de Barranquilla, entre otros galardones.

 

La vida del artista

El 19 de diciembre de 2013 se lanzó la producción musical de Diomedes Díaz y Álvaro López, titulada ‘La vida del artista’, y la alegría se sentía por todas partes por este acontecimiento de fin de año, pero tres días después la tristeza arropó al mundo vallenato.

Partió de la vida el artista que recalcó. “Como Diomedes no hay otro, eso nunca nacería, y si nace no se cría, y si se cría se vuelve loco”.

Sus canciones se siguen escuchando y sobresale una llamativa frase. “El hombre no vale por el terreno que pisa, sino por el horizonte que descubren sus ojos”. Ay Diomedes, dejaste una gran herencia vallenata.

 

Enrique Díaz, el acordeonero alegre, claridoso y de nota gruesa

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

El juglar Enrique Díaz Tovar, quien murió en Montería el jueves 18 de septiembre de 2014, hace 10 años, fue conocido como ‘El Tigre de María La Baja’, distinguiéndose por su estilo auténtico, alegre, claridoso y por su nota gruesa en el acordeón. Era el palomo negro que no se enredaba en ninguna rama.

A su haber tuvo una considerable cantidad de ocurrencias donde salió a relucir su lenguaje original para referir hechos que lo hicieron ganarse el cariño de todos. Cuando menos se esperaba soltaba un apunte donde nadie quedaba sin reírse. Claro que algunos señalan que a esas ocurrencias le añadían algo para abonar el terreno de la jocosidad.

1.- Estaba en una parranda y notó que no había llegado uno de los compadres. Enseguida preguntó por él y le dijeron los motivos. Era que la hija del compadre se había escapado con el novio. Enrique, previendo la tristeza se puso serio y preguntó: “¿Y esa virginidad por qué no la pusieron detrás de la oreja, pa’ evitá tanto peligro?”.

2.- El maestro Enrique iba caminando. De repente se metió la mano al bolsillo y sin darse cuenta se le cayó un billete de mil pesos. Un niño al ver eso lo tomó y corrió a llevárselo. Al notar la deferencia del menor le dio las gracias, pero le indicó: “Si hubiera sido de cinco mil, no me lo traes corriendo”.

3.- En cierta ocasión lo contrataron para una parranda en un pueblo cercano, llevándolo en una lujosa camioneta cuatro puertas con vidrios polarizados y aire acondicionado. Salieron a eso de las cuatro de la tarde, y cuando llevaban más de una hora de recorrido, Enrique le dijo al conductor. “Compa, dele rápido a este aparato que hace frío y está que se ‘esgargara’ un aguacero”.

4.- Como solía dar pocas entrevistas, una vez un periodista le preguntó el sitio exacto de su lugar de nacimiento porque se le atribuían varias patrias chicas. Él, se lo quedó mirando y un poco molesto, le manifestó. “Vea, pa’ no dar más vueltas, yo nací lejos, por allá en un lugar donde no llegan ni los Testigos de Jehová”.

5.- Al maestro Enrique se le ocurrió comprar una motocicleta, para que su hijo la manejara y lo transportara. Una mañana le pidió el favor de llevarlo a reclamar unos medicamentos. Se fueron y durante el trayecto frenó. Enrique, viendo eso le dijo: “Bueno, ¿y por qué te detienes así de brusco?”. El hijo le contestó: “Papá, lo que pasa es que el semáforo se puso en rojo”. Ante esto, el juglar manifestó: “Dale rápido que no me puedo demorar. O acaso el semáforo te da la comida”.

6.- Entre sus ocurrencias innatas sucedió unos días antes de despedirse de la vida, cuando su hijo Jaime le llevó a la clínica una imagen del Divino Niño, para que le pidiera por su salud. Enrique se quedó pensativo, mientras el hijo le insistía. Entonces, después de algunos minutos no se aguantó más, siendo elocuente y claro: “Vea hijo, yo no hago negocio con pelaos, y menos si son relacionados con la salud”.

7.- En esos viajes que solía realizar llegó a un hotel de Barranquilla y de inmediato miró que la habitación no tenía abanico. Llamó la atención y le indicaron que ahora era con aire acondicionado. Entonces le enseñaron el control comparando según los números el clima de Bogotá o Medellín. Enrique, a cabo rato siguió las indicaciones sintiendo después de algún tiempo mucho frío, echándose encima las sabanas. Al no poder manejar el control, pidió auxilio y entonces suplicó. “Hágame el favor y me pasa del clima de Bogotá al de Magangué”.

 

Las vueltas de la muerte

En esas disertaciones de Enrique Díaz, quien tuvo un estilo único para tocar y cantar, anotó de manera jocosa. “Si uno pudiera negociar con la muerte, ella no tendría donde guardar la plata, porque todos pagaríamos pa’ no morirnos”. El maestro Enrique Díaz ni lo intentó, porque estaba destinado para algún día estrenar la famosa ‘Caja negra’. Lo hizo cuando contaba con 69 años.

Enrique Díaz, el hijo de Pablo Díaz y Martina Tovar, quien había nacido el martes tres de abril de 1945 en Palo Alto Hicotea, corregimiento de María La Baja, Bolívar, supo darle la nota precisa y el golpe de voz a la canción ‘La caja negra’ de la autoría del compositor Rafael Valencia de Ávila, quien siempre le agradeció hacerla popular.

Es así como nunca se olvidan aquellos versos muy reales que nunca pasan de moda. “El hombre que trabaja y bebe déjenlo gozá la vida, porque eso es lo que se lleva, si tarde o temprano muere. Después de la caja negra, compadre, creo que más nada se lleve

El juglar sabanero disfrutó la vida a su manera, entre correrías a pueblos conocidos y desconocidos, tocando y cantando a las mujeres en las que se fijó como las estrellas que brillan en el firmamento del amor. También fueron distintos compositores a los que les grabó canciones desde el punto de vista del adiós definitivo. Es así  como a Rafael Cueto, le interpretó el paseo ‘La circular’, donde relató. “De la suerte y de la muerte, por grande que sea el mundo, nadie puede esconderse”.

Así se la paso cantando sobre sucesos insólitos, amores que se anidaban en su sentimiento, ilusiones perdidas, tragos de ron infaltables, comida con pescao, hasta dejar intacta su esencia natural, a la que siempre le apostó y ganó. De él quedaron las notas gruesas de su acordeón, sus apuntes geniales, su sonrisa dormida en el ayer y de hecho el corazón no intenta olvidarlo.

En su hoja de vida está reseñado su desempeñó como músico empírico con un estilo costumbrista, donde complementaba las notas de su acordeón con su voz fuerte, teniendo sabor a tierra y a negro genuino. ‘El Tigre de María La Baja’, trabajó, bebió, mujerío y en el recuerdo se quedó…

 

 

Lorenzo Morales, el juglar que dejaba su huella antes de poner el pie

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

Hace 13 años, 26 de agosto de 2011, murió el juglar nacido en Guacoche, jurisdicción de Valledupar, teniendo la impronta de ser el único que dejaba su huella antes de poner el pie. De esta manera, cuando a Lorenzo Miguel Morales Herrera lo sacudía la inspiración, tomaba su acordeón y cantaba. Luego, que la tenía regada en su memoria, cogía una hoja de papel y escribía poco a poco.

“Estudié poco y no fui un dechado en el castellano. En mi tierra mi profesor fue Enrique Bracho, pero al poco tiempo se casó, dejándome iniciado en la enseñanza. Se fue, y de ahí en adelante medio miraba el diccionario, por eso nunca me equivoqué con el significado de las palabras”, fue su clara explicación.

Juan Rincón Vanegas, en un diálogo con el maestro Moralito

Donde sí estuvo con el oído parado y los dedos rápidos fue al recibir clases de acordeón de su hermano Agustín Gutiérrez Morales. Enseguida notó que tenía vocación y se fue solito hasta escribir su propia historia. Relataba que pasaba horas y horas tocando, hasta que pudo sacarle buenas notas con las canciones de esa época.

Sobre la influencia del acordeón que era la mejor táctica para enamorar, anotó. “Eso me ayudó para la conquista de encantadoras mujeres a las que les regalé canciones. La primera se la dediqué a mi primera novia, mujer hermosa, se llamaba Paulina Calvo, con quien tuve mi primer hijo de nombre Miguel Morales Calvo”.

Desde ese instante, las canciones con nombre de mujer se convirtieron en su carta de presentación porque eran bellos piropos cantados. Alguna vez el juglar se puso a sacar la cuenta, y su mente no encontró el número exacto. “Con ellas salí bien librado porque a las mujeres las idolatré y donde ponía el ojo, casi nunca fallaba”.

A Moralito nunca se le olvidaron sus hazañas. Recordaba con precisión algunos recorridos que hacía en burro por pueblos y caseríos llevando su mensaje musical, teniendo como cómplice a su acordeón.  Al preguntarle sobre alguna mujer que lo rechazó, indicó. “Una mujer de Patillal me tenía loco haciendo yo lo habido y por haber para conquistarla, pero nada de nada, quedando solamente una canción. Ella me trataba de mujeriego y se puso tan brava que me tocó coger el camino y no volver”.

Entonces recordó la canción ‘El tormento’. “Tengo una morenita que me tiene atormentado, pero yo por sus caricias quisiera vivir a su lado. He visto llorar a los hombres y matarse por un amor, en vez de buscar remedio que es el camino mejor”.

El juglar más viejo del vallenato, al que se le fugó la vida a los 97 años y dos meses, era un auténtico campesino que cultivaba cantos en su largo recorrido por el Magdalena Grande, hasta por el paso de los años atesorar añoranzas las que narraba con precisión.

También solía expresar su pensamiento con una autenticidad inigualable, y nunca se le quedó callado a Emiliano Zuleta Baquero, antes y después que él hiciera la composición de ‘La gota fría’, considerado el vallenato más escuchado en el mundo, teniendo 269 versiones.

Conceptos de Moralito

En las distintas entrevistas entregó sus conceptos que le dieron la mayor importancia a ‘El gigante de Guacoche’, un hombre que no solamente dejó la huella, sino distintos cantos que son el testimonio de su fortaleza musical.

1.- “Tuve mis tiempos de apogeo. Nunca perdí la rutina y eso fue vital. Un acordeonero, cantante y compositor era rey en esa época, y la mayoría de mis canciones las hacía para agradar a las mujeres y lo que sucedía en mi entorno”.

2.- “El amor es como el combustible que se mete en el pecho y quema hasta el alma. Es una fuerza que no tiene contención hasta que logra llegar al cauce del corazón. Nadie muere por amor y solamente sucede en las canciones y en las novelas”.

3.- “Las mujeres son la esencia de la tierra y el alimento para el amor. El mundo sin mujeres hubiera sido un desastre. Claro que todo tiene su tiempo, porque al día se le acaban las horas, los minutos y los segundos, a los ríos les pasa la creciente y los momentos de ayer quedan dibujados en el álbum del recuerdo”.

4.- “Nunca olvido esos viejos tiempos. Había abundancia de alimentos, pero ya la cuchara está alta y no hay toldo para tanta gente. Todo ha cambiado de tal manera que el respeto y la prudencia pasaron a segundo plano, y la violencia toca en todas las puertas”.

5.- “La creación del Festival de la Leyenda Vallenata, con la amiga que nunca olvidamos Consuelo Araújo, el doctor Alfonso López y el maestro Rafael Escalona, fue vital para que todos fuéramos conocidos y alcanzáramos los honores que hemos recibido. De esta manera, los cantantes, compositores, acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, guitarristas y demás músicos, han sido la base fundamental para llegar a conseguir muchos premios, y que en nuestra época consistían en aplausos, ron, comida, mujeres y poca plata”.

6.- “La canción ‘Carmen Bracho’ fue un episodio bonito porque pude cantarle al ser más bello sobre la tierra, la mujer, pero la verdad es que mi eterno romance siempre fue con la música vallenata. Esos recorridos en burro y las parrandas inolvidables por pueblos conocidos y desconocidos, fue algo que me marcó. Las historias de los pueblos fueron la base de mi inspiración”.

7.- “Mi nombre y mi obra son universales. He sido un abanderado de la música vallenata y era en el tiempo en que las canciones no valían nada, ahora valen millones y casi no dicen nada. Comprendo que son otros tiempos y hay que aceptarlo”.

8.- “Dejé de tocar el acordeón el 30 de octubre de 2005, día en que murió mi compadre Emiliano Zuleta Baquero, a quien le hice esa promesa. Nosotros hicimos historia y también nos echamos vainas en las canciones”.

Así era el juglar Lorenzo Miguel Morales Herrera, quien muy bien lo dijo en su canto ‘El errante’. “Tengo que vivir errante en la vida, por tu amor que me ha causado demencia, por eso es que el corazón me titila, yo sé que la criminal es la ausencia”…

 

“De mi mamá Consuelo Araujonoguera extraño todo”, María Mercedes Molina

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

El día jueves primero de agosto de 1940 nació en Valledupar Consuelo Inés Araujonoguera, la hija de Santander Araújo Maestre y Blanca Noguera Cotes, quien desde muy joven se marcó el camino a seguir, enrumbándose por la música vallenata que investigó, escribió y llevó a lugares jamás pensados.

Al recordar esta fecha cuando ‘La Cacica’ llegó al mundo hace 84 años, su hija María Mercedes Molina Araújo atrapó en su memoria esas añoranzas en las cuales la protagonista fue su mamá. “Tengo muy gratos recuerdos, específicamente  sobre su capacidad de resiliencia. Era una persona que no se amilanaba ante la adversidad porque siempre miró el futuro con optimismo y perseverancia. Eso no los impregnó a nosotros sus hijos”.

Aunque la mayoría conoció a Consuelo Araujonoguera metida de lleno en el Festival de la Leyenda Vallenata y en el periodismo, ella la definió desde su hogar. “Mi mamá fue una mujer organizada y hogareña. Le gustaba arreglar el jardín, donde tenía un rosal y hasta estudió e investigó sobre la materia. Disfrutaba los ambientes de su casa, la cocina y remendaba la ropa. Se preocupó porque tuviéramos todo lo necesario para vivir cómodamente, sin exageración y lujos más allá de los necesarios”.

De igual manera señaló que Consuelo Araujonoguera era muy centrada y llena de virtudes. “Definitivamente fue una madre estricta y celosa que imagino quería me casara con un príncipe. No le gustó ninguno de mis enamorados, pero luego conciliamos y finalmente fuimos buenas amigas. Al pasar el tiempo tuve mi primer hijo, Juan Felipe Cerchiaro Molina, que también fue su primer nieto a quien ella le dedicó una ‘Carta Vallenata’ en El Espectador”.

María Mercedes continuó con su relato. “Cuando eso sucedió ella cambió y le conocí una faceta amorosa que desconocía. Una vez le comenté que violaba con su nieto todo lo que no permitió con nosotros los hijos y me respondió con algo maravilloso. “Es que la obligación de criarlos es tuya y la de malcriarlos, mía”. Soberana enseñanza.

Consuelo con su nieto Juan Felipe y su hija María Mercedes

 Hija bohemia

A María Mercedes, Consuelo Araujonoguera la llamaba la hija bohemia. Ella al respecto indicó. “Aprendí a leer con mi papá, Hernando Molina Céspedes, quien era un excelente lector. La primera poesía que me aprendí fue a la edad de ocho años. Recuerdo que decía. “La princesa está triste, que tendrá la princesa. Los suspiros escapan de su boca de fresa“. Me gustaba mucho la literatura y en ese proceso aprendí a escribir versos y poesías. Mi mamá me descubrió el cuaderno y me animó a escribir. Por eso me decía la hija bohemia, porque tenía ese deleite por la escritura”.

Estando en eso de las poesías, a su casa con motivo del Festival de la Leyenda Vallenata llegó Gabriel García Márquez y ella pudo platicar sobre literatura. “Le estuve preguntando sobre ‘Cien años de soledad’, un libro fascinante, y me respondió que quiso escribir todo lo que conocía de su propio abuelo enmarcado en diversos personajes. Eso me recordó a mi abuelo paterno, Hernando Molina Maestre, quien todas las tardes se sentaba en la puerta de la casa a fumar tabaco y me contaba cuando el hoy departamento del Cesar era el Magdalena Grande”.

La charla amena continuó y María Mercedes quiso describir a ‘La Cacica’ festivalera. “Mi mamá amó tanto al Festival de la Leyenda Vallenata que nos sacrificaba. Cuando llegaba visita a la casa nos enviaban a nosotros sus hijos para la finca, porque teníamos que ceder los cuartos. Ella fue una mujer de mucha visión, que en su corazón y en el interior de su alma estaba la idea de que la música vallenata transcendiera, cosa que estamos viviendo”.

Al cerrar el capítulo festivalero añadió. “Nosotros seguimos defendiendo al Festival de la Leyenda Vallenata porque vimos como nuestros padres le apostaron a ese lindo proyecto, al lado de Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona y un grupo de amigos. Después, mi mamá se lo echó al hombro y eso lo reconocen todos. Hoy Valledupar es conocido por el Festival Vallenato”.

 Extraño todo
Cuando la charla estaba llegando al final se le preguntó a María Mercedes Molina Araújo sobre lo que más extrañaba de su mamá. De inmediato contestó. “Todo”. Con su respuesta la entrevista terminó y florecieron las añoranzas de la mujer que pasó por la vida dejando una inmensa huella en distintos campos. ‘La Cacica’ sigue siendo esa hija irrepetible de Valledupar y que además quiso borrar la palabra del idioma español “Hubiera”, al considerarla derrotista.

Los recuerdos continuaban volando y aterrizaron aquella vez cuando se llevó a cabo la celebración de su último cumpleaños, el primero de agosto de 2001. A la hora de la felicitación Consuelo Araujonoguera agradeció el detalle. Enseguida, abrió su famosa libreta de apuntes y leyó apartes del poema ‘¿Qué cuántos años tengo?’, de la autoría del portugués José de Sousa Saramago.

Frecuentemente me preguntan qué cuántos años tengo… ¡Qué importa eso! Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy vieja y otros que estoy en el apogeo. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos”.

Al terminar de leer la aplaudieron y hoy la siguen llorando porque ya no importan los años que tenga, porque sin compasión le truncaron sus sueños, teniendo ella todavía un bello camino por recorrer en medio del legendario canto. “Este es el amor, amor, el amor que me divierte. Cuando estoy en la parranda, no me acuerdo de la muerte”.

María Mercedes dialogando con Gabriel García Márquez